Para finales del siglo XVIII las mujeres se incorporaron rápidamente al trabajo, debido al aumento de la demanda de mano de obra que trajo la Revolución Industrial: para la tecnificación y masificación de la producción de mercancías. Desde sus inicios, esta incorporación se dió en condiciones de doble explotación en relación con sus pares varones, y sin reconocer la doble carga de trabajo que recae sobre las mujeres: trabajo remunerado + trabajo doméstico, y que hoy por hoy sigue pendiente de reconocimiento y de la posibilidad de tomar acciones para cambiarlo.
Justamente, el 08 de marzo nos recuerda la lucha de estas mujeres trabajadoras de las fábricas por mejores condiciones de vida y de trabajo, que impulsaron desde diferentes latitudes. Entre sus reivindicaciones principales, estuvo el establecer una jornada de trabajo de 10 horas, y poner fin al trabajo infantil; más de un siglo después de las primeras jornadas de protesta, sus reivindicaciones todavía resuenan en nuestra vida cotidiana y están vigentes.
Si bien, en Ecuador se ha regulado la jornada laboral a 8 horas diarias, y se ha prohibido el trabajo infantil, como dice un adagio popular “del dicho al hecho, hay mucho trecho”. Las mujeres que se han incorporado al mundo laboral formal, rompiendo brechas y barreras de acceso aún deben cargar con lo que se denomina una “doble jornada de trabajo”, lo que significa que tras culminar sus horas de trabajo remunerado, ellas dedican su tiempo libre para encargarse de las tareas domésticas y de cuidados, en una proporción mayor que los varones que viven en su mismo hogar.
Las mujeres en el Ecuador dedican 21,4 horas a la semana a las tareas domésticas y de cuidados, frente a 4,8 horas que dedican los varones. El uso del tiempo libre es uno de los principales desafíos que siguen enfrentando las mujeres al momento de conciliar trabajo y tiempo libre, debido a los roles de género establecidos en nuestra sociedad que representa una de las grandes luchas vigentes en la actualidad.
Por otra parte, y enfocándonos ya en la industria tecnológica, de acuerdo a un estudio realizado por la Organización Internacional del Trabajo, a través de su programa de recolección de datos (La persistente brecha de género en la tecnología - ILOSTAT); las mujeres en todo el mundo tienen menos posibilidades de acceder a un trabajo calificado en la industria de la tecnología, y cuando lo hacen enfrentan una brecha salarial alarmante, en promedio una mujer en la industria gana 21% menos que un par varón, por el mismo trabajo.
La brecha salarial en razón de género, es una de las deudas históricas que mantienen tanto estados, en su rol de gestionar leyes y políticas que no permitan esto, como las propias industrias y empresas, a partir de políticas de equidad salarial, conciliación y promoción del talento sin distinción de género.
En el Ecuador, el 38% de los trabajos ofertados en la industria de la tecnología y las telecomunicaciones están ocupados por mujeres; a pesar de ello la brecha salarial es del 22%. En la última década ha existido un crecimiento en cuanto a la participación de mujeres en la industria, sin embargo, esto no se ha traducido en esfuerzos mancomunados por acortar la brecha salarial en razón de género, ni por construir políticas de género para propiciar espacios seguros dentro de las oficinas.
Existen esfuerzos particulares de empresas como Thoughtworks, para impulsar políticas de inclusión y equidad como escencia de su cultura, o de organizaciones de la sociedad civil y ONGs como Grupo LILA o la GIZ (Los costos empresariales de la violencia contra las mujeres) de visibilizar la importancia de estos temas. Sin embargo, esto no puede ser solamente una iniciativa aislada de ciertos actores privados o de ONGs, para avanzar en la efectiva erradicación de todas las formas de discriminación, violencia y explotación hacia las mujeres, es indispensable que los Estados se comprometan a generar e impulsar políticas públicas y legislaciones que apunten hacia esto.
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